Cómo comunicar a un niño la muerte de un ser querido


¿En qué momento se lo digo? ¿Mejor le explico que se ha ido de viaje? ¿A qué edad debe ir al cementerio? Son muchas las preguntas que asaltan a la hora de dar la mala noticia

Cómo comunicar a un niño la muerte de un ser querido
Los expertos aconsejan decir siempre la verdad y no inventar historias raras
La verdad es que nadie quiere verse en la tesitura de decirle a un niño que su papá, su abuelita o su hermanito ha fallecido. Pero la realidad se impone y antes o después los padres deben asumir ese difícil papel de comunicadores de malas noticias. Existe un instinto innato por proteger a los hijos de cualquier experiencia dolorosa, pero la muerte forma parte de la vida.
¿Cómo se lo digo?, ¿es lo suficientemente mayor para comprenderlo?, ¿será mejor decirle que se ha ido de viaje?, ¿a partir de qué edad debe ir a un funeral? Estás y muchas preguntas más asaltan la mente de los adultos cuando pierden a un ser querido. De cómo se dé respuesta a cada una de ellas dependerá la manera en que asimilen la muerte de cara al futuro. Es un asunto al que hay que enfrentarse con cuidado porque, según la Fundación Mario Losantos del Campo, uno de cada diez menores no consigue superar el fallecimiento de un familiar cercano, y el 42% necesita asistencia terapéutica.

De tres a cinco años

Lo primero que hay que tener en cuenta es la edad del niño para hablarle de manera adecuada a su proceso de comprensión. Señalan los expertos que existe una falsa creencia de que entre los dos a cinco años los niños no se enteran de nada por ser muy pequeños. Bien es cierto que no sienten como los adultos, pero sí que son capaces de sentir la perdida y llorar la muerte. Según Carlos Pitillas, investigador en el Instituto Universitario de la Familia de la Universidad de Comillas de Madrid, el niño empieza a desarrollar su capacidad simbólica a partir de los tres años, por lo que se le puede hablar del tema ajustando el lenguaje. «Es importante no esconder o negar el fallecimiento, por ejemplo, diciendo que se ha marchado de viaje, o que se ha dormido para siempre, lo que le generará miedos al viajar o al irse a la cama. Antes o después descubrirá la verdad y sentirá que se le ha ocultado por ser un tema muy malo, lo que determinará su percepción de la muerte y aumentará sus temores y angustia».
Susana de Cruylles, psicóloga clínica del Hospital Universitario Príncipe de Asturias (www.laescueladepadres.com), añade que en la edad preescolar «dependen mucho de los adultos y lo que más les afecta es cómo están sus padres. Los niños se enteran de todo lo que pasa a su alrededor y tienen una doble afectación: lo que ellos viven y lo que perciben de sus padres».
Willian C. Kroen, señala en su libro «Cómo ayudar a los niños a afrontar la pérdida de un ser querido», que los pequeños imitan la conducta de sus padres y «si no se inmutan después de una muerte para no entristecer a sus hijos, puede que éstos congelen sus emociones. Por el contrario, si muestran un extremo de dolor o conducta histérica, un hijo puede imitar este comportamiento. Como los niños no conocen todavía la manera de expresar el dolor de la muerte, buscarán en los adultos alguna indicación».

A partir de los seis años

Por ello, Susana de Cruylles recomienda comunicar la noticia hablándoles de manera suave, en un momento de gran tranquilidad, aunque lloren… y poner nombre a sus emociones —rabia, ira, tristeza...— para que se calmen, dejando siempre que se expresen, y sepan que lo que sienten es normal».
A partir de los seis años entienden por completo el significado de la muerte, pero no lo que supondrá para su vida. «A estas edades, hay que transmitir la falta de un ser querido con veracidad —recomienda Pitillas—. Se puede hacer de manera progresiva: «como sabes, papá ha estado muy malito y, por eso, ha estado en el hospital muchos días». No es conveniente dosificar mucho la información; es decir, hoy le cuento una parte para que se vaya preparando y sepa que algo no va bien, y en unos días le digo que ha fallecido». Según Carlos Pitillas esta táctica acarrea el problema de que se retrasa el duelo del niño.
Al conocer la noticia pueden tener varias reacciones: negarlo, no asimilarlo, miedo, culpabilidad... Si ven a los padres tristes o llorar, hay que explicarles que no es por culpa de los niños, sino porque se echa de menos a la persona que falta, ya que es muy común que los niños se sientan culpables: «cómo empujé a mi hermanito el otro día se ha muerto; como no le dí un beso al abuelo, se ha muerto...».
Tampoco deben extrañarse los padres si al decírselo, el niño lo escucha e inmediatamente después dice: «vale, ¿podemos ir al patio a jugar al fútbol?». No es que sean insensibles, es que no saben cómo manifestar sus sentimientos y necesitan un espacio y tiempo para asimilarlo. «En muchos casos, se ponen a jugar porque necesitan relajar la carga emocional que están sintiendo. Es frecuente que representen lo que ha pasado a través del juego como una forma de asimilarlo. El juego es la manera con la que los niños de esta edad entienden la realidad, y con la muerte pasa lo mismo: necesitan entenderla y representarla», explica la psicóloga.
Es más, entre los 6 y 9 años, puede ser habitual que estén semanas o meses en los que parece que no les ha afectado y después entrar en un periodo en el que lloran porque añoran a la persona fallecida. Tampoco es extraño que asalten a sus padres con preguntas como «¿hace frío en la tumba?», «¿hay que llevarle comida?», «si se ha ido al cielo, ¿por qué está enterrado bajo de la tierra?». Cada uno, y en función de sus creencias religiosas o no, debe estar preparado para ofrecer unas respuestas acordes con su cultura.
Otra reacción es que tengan una actitud regresiva, es decir, que vuelvan a etapas del desarrollo anteriores donde se sienten más seguros. «Pueden volver a hacerse pis en la cama o a tener miedos. No se preocupen que es una etapa que pasará», asegura de Cruylles.

Adolescencia

En la adolescencia es más «sencillo» comunicar un deceso puesto que los jóvenes han visto lo que es la muerte a través de películas, por el fallecimiento de una mascota... y no resulta tan necesario dar tantas explicaciones. Sus capacidades de compresión y su desarrollo intelectual están mucho más evolucionados. Aún así, es frecuente que «necesiten compartir la noticia con sus amigos y que pasen tiempo fuera de casa para mitigar el dolor —advierte De Cruylles—. Con frecuencia la rebeldía, típica de esta edad, se exacerba y hay que tener especial atención al consumo de alcohol y otras sustancias. Suelen tener mucha rabia contenida que hay que desahogar, pero también tristeza y frustración. Les ayuda el pasar tiempo con ellos y dialogar para fomentar la expresión emocional».
Los padres deben hablar con ellos para que se expresen y digan cómo se sienten, no solo cómo están. Les ayudará a «soltarse» que sean los padres los que comiencen la conversación diciéndoles qué sentimientos tienen desde que falta la persona fallecida.

¿A qué edad deben asistir a un funeral?